Hace unos días, una de vosotras me comentó que su madre, separada desde hace años de su padre, se había enganchado al blog a raíz de la preparación de la boda de su hija. Cada mañana, lo primero que hace en cuanto se levanta es prepararse un café bien calentito y sentarse frente al ordenador a leer un post y soñar entre nuestras páginas pensando cómo sería su boda si la vida le diera una segunda oportunidad. No es la primera vez que alguien me explica algo así y cada vez que lo oigo no puedo evitar en todas esas personas, jóvenes de espíritu y mucho más de corazón y sentimientos, a las que el destino ha sorprendido en una edad madura con la llegada de un nuevo amor. Muchas de ellas no se atreven a dar el paso de casarse de nuevo quizás por miedo, por el qué dirán o por no volver a equivocarse, pero yo estoy del lado de las valientes, de las que se lían una vez más la manta a la cabeza y deciden celebrar a lo grande la llegada del amor a sus vidas, ¿qué mejor ocasión que esta para celebrar algo realmente importante? El post de hoy es un homenaje a las segundas oportunidades y a las terceras y a las cuartas, porque el amor no sabe de números ni de cantidades. Sarah y Chris son el mejor ejemplo. Son una pareja de guapos maduros que buscaban algo sencillo pero especial para celebrar su unión. Se casaron en Bath (Inglaterra) en unas Termas Romanas porque tal como opina la novia, no había un sitio mejor para tocar música rock a las 8’30h de la mañana que en un espacio patrimonio de la humanidad con más de 2.000 años. Y tuvo razón. Destaca la elegancia de la novia con un exquisito traje-pantalón en tono crema y un sencillo recogido, sin joyas ni accesorios, únicamente un pequeño reloj de muñeca. Tras una íntima ceremonia, los invitados se unieron a los recién casados compartiendo un desayuno regado con champán. Después se dirigieron a los jardines de Bamington House, a disfrutar de un cocktail-almuerzo al aire libre. La sencillez de los novios se refleja en todos los detalles de la boda, como centros de mesa utilizaron antiguos cuencos de cerámica francesa con naranjas naturales y colocaron orquídeas en jarrones de cristal de mercurio. Realmente espectacular fue el pastel de bodas (sobre todo si sois unos amantes de los quesos, como me sucede a mí): una pirámide de diferentes quesos franceses acompañada de higos naturales y uvas. Además, los novios tuvieron el detalle de repartir pequeñas bolsas de yute decoradas con cinta de color naranja para que los invitados se llevasen un ‘recuerdo’ del original pastel y de este modo pudieran seguir degustándolo en su propia casa. La verdad es que todo me ha parecido precioso pero me gustaría que os fijaseis, sobre todo, en la mirada de los novios, irradian felicidad  y ese amor que sólo se conoce con el paso de los años… el amor sereno, cuando todavía brillan las pupilas y desaparecen los miedos.

Fotografía: Dominique Bader

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