Los fines de semana me gusta especialmente ese ratito después de comer en el que todos están descansando y yo me quedo sola en el comedor, en el sillón que tenemos junto a la ventana y sobre el que a esas horas cae el sol de la tarde. Es un momento mío, en el que me relajo degustando una infusión y doy rienda suelta a los pensamientos. Y en esas estaba el pasado sábado, cuando me sorprendí mirando mis pies descalzos y me entraron unas ganas irrefrenables de hacerme un tatuaje. Nunca he sido de tatuajes pero tengo uno muy pequeñito de una media luna en el empeine que me