Como ya sabéis, suelo pasar los fines de semana en un pueblecito del Empordà del que nos enamoramos Ángel y yo cuando nos conocimos. Para nosotros tiene un significado especial porque allí pasamos nuestro primer verano juntos y allí también decidimos hacer nuestra boda civil hace ya casi seis años. Si conocéis la zona coincidiréis conmigo en que su paisaje tiene algo mágico, recuerda mucho a La Provenza francesa y los campos de amapolas en primavera y los de olivos el resto del año acompañan el camino de los visitantes y la vida de los empordaneses. Pero el olivo es un árbol que me ha gustado desde siempre, no sabría