Si hay para mí una imagen recurrente de mi infancia cada vez que visito una feria es la del algodón de azúcar. Era mi dulce preferido y no había feria en la que no buscase nada más entrar el carrito de color rosa que producía aquella delicia que tanto me gustaba, me podía quedar horas embobada viendo cómo hilo a hilo iba cobrando forma hasta convertirse en una gran nube gigante a mis ojos, en ocasiones hasta había dejado pasar a la persona que teníamos detrás para poder quedarme un poquito más observando su color y aspirando su inolvidable olor a caramelo. El otro día, como siempre buscando inspiración por